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Cuando hablamos del ser humano, por obligación, es importante resaltar una de sus características más importantes: su capacidad para relacionarse con otros ejemplares de su especie y la manera en la que establece vínculos con ellos sobre las narrativas de su entorno.
Cuando lo primeros hombres avanzados del mundo antiguo abandonaron la primitividad de sus impulsos y comenzaron a unificarse en grupos, la limitación de lo que un individuo podía hacer era prácticamente escaza, por lo que podía actuar bajo su determinación y expresar sus conductas sin el temor de verse sesgado por alguna noción rígida que actuara como ley, sin embargo, esto no duraría mucho, pues con el umbral de la revolución cognitiva de la humanidad, también realizarían aparición las primeras formas metódicas para establecer un orden ante el incremento de individuos en dichos grupos, en otras palabras, comenzarían a darse los cimientos necesarios para la construcción de la sociedad; estos métodos poco a poco fueron estructurándose tomando como punto de partida los discursos de valor que comenzaron compartiendo los elementos que integraban a estos grupos, formalizándose el nacimiento de las religiones, el orden sociopolítico y la cultura.
Estos tres elementos, combinados con la transitoriedad del tiempo y las múltiples experiencias de la sociedad, han permitido el progreso y la transformación de nuestras formas de interacción y de la vida cotidiana; lo que comenzó con la reunión de grupos nómadas, se convirtió en asentaciones de las culturas mas poderosas del mundo antiguo, después se alzaron imperios y reinos y al final se consolidaron naciones con su propia identidad colectiva. Sin embargo, muchos de estos periodos han sido marcados por gran diversidad de eventos que exponen un “malestar” para cada época y que podrían tener un origen común, si se profundiza en el inconsciente humano.
La sociedad
La sociedad, siempre ha sido uno de los puntos mas referentes y preferidos por los académicos para la elaboración de hipótesis y teorías, buscando explicar sus comportamientos, acciones, ideologías y decisiones, pero sobre todo, intentar conjuntar una explicación única y determinante sobre los problemas que genera la integración de un individuo al formar parte de esta; quizá, la pregunta mas interesante que podemos plantear sobre este argumento es ¿Qué conlleva a que una persona tenga la necesidad de formar parte de una estructura como lo es la sociedad?, la respuesta más empírica que se puede connotar es que la sociedad y la cultura son las bases para desarrollar la identidad y las características del desarrollo de los seres humanos, así mismo, como la generación de vínculos y reciprocidades.
Pero tomar esta idea bajo la certidumbre de algo real, seria optar por un conformismo o ser victima de una respuesta parcial y sin ninguna intención de profundizar en los misterios que la pregunta solicita. Un veterano, Sigmund Freud era consciente de ello, pues en el año de 1929, múltiples incertidumbres habían asolado las estructuras sociales y como consecuencia, el ambiente cultural se encontraba en un estado de tensión, pero lo más relevante era que muchas de esas amenazas que provocaron dicho estado, tenían su origen a mano de los propios seres humanos.
Esta referencia, llevaría al padre del psicoanálisis, a realizar uno de sus trabajos más importantes, logrando concretar con ello, un sello redondo que convertiría a la teoría psicoanalítica como una primordialidad para el campo de estudio de las ciencias de la conducta. Este escrito lleva por nombre “Malestar en la cultura”, un ensayo cuyo motivo principal es explicar las condiciones paradójicas a las que esta sometido un individuo al formar parte de la regla social. El punto de partida de Freud, lo retoma con la necesidad de exponer una característica que se consolida como un sentimiento innato de intentar “consolidarse con el todo”, es decir, el sentido de pertenecía que tenemos para adjuntarnos a una ideología y la recompensa que obtenemos al considerar estar integrados en algo más allá que nuestro propio ser, denominado como “sentimiento oceánico”:
El sentimiento oceánico
Es un sentimiento particular, que a él mismo no suele abandonarlo nunca, que le ha sido confirmado por otros y se cree autorizado a suponerlo en millones de seres humanos. Un sentimiento que preferiría llamar sensación de “eternidad”; un sentimiento como de algo sin límites, sin barreras, por así decir “oceánico”.
La expresión del sentimiento oceánico abre la puerta a la explicación sobre la integración de los individuos a ciertos grupos sociales, como la religión (a la que el propio Freud refiere a la similitud de una ilusión); la interpretación que le podemos otorgar a la ideología religiosa es que permite esa experimentación de la esencia de la eternidad de los seres humanos y que genera, en consecuencia, que de dicha experiencia, los sujetos establezcan vínculos afectivos y se alejen de las negativas sensaciones de la soledad y exclusión.
Pero no solo es la única interpretación, inclusive, la religión es el mejor elemento para buscar determinar la paradoja positividad/negatividad de la cultura y sociedad en general, pues las condiciones que ofrece la religión siempre serán en una función tranquilizadora ante las narrativas amenazadoras de nuestros actos, que en un enfoque mas psicoanalítico, se pueden determinar cómo condiciones displacenteras generadas por el choque neurótico de la segunda tópica en la estructura psíquica (ello, entidad yoica y super yo) a las que todo ser humano se encuentra expuesto.
Sin embargo, el precio que se debe pagar por ser acreedor a estos beneficios de la religión, es la condena de la libertad ideológica y del propio sentimiento oceánico; ahora existirán reglas y pensamientos a los que el individuo deberá someterse para mantener la continuidad en la afiliación del grupo, en otras palabras, ahora el individuo se vera obligado a obedecer algo más allá que su propia conciencia y censurar todo aquello que no sea aceptado.
Sugmund Freud y el Malestar
Este punto es lo que el propio Freud considera el problema de “malestar” en nuestros tiempos; los individuos han perdido la libertad y oportunidades de poder decidir sin tener que ser acreedores de la culpabilidad anticipatoria por romper una regla impuesta; ahora existirá una precipitación en el choque neurótico, donde cada vez, el individuo se verá en la situación de mediar los deseos de su principio de placer (ello) con las verdades expuestas por el principio de realidad (super yo); a ahora bien, si el individuo se ve superado por su impulso en la condición de guiarse por el placer, lo más seguro es que sea castigado por quebrantar la ley de las ideologías de las que es y fue adoctrinado, ya sea por los propios elementos del grupo o por el modelo estructural de la psique, mientras que si el individuo opta por las objeciones del principio de realidad y conceptos morales, lo más seguro es que se vea en la necesidad de utilizar sus mecanismos de defensa para resolver el conflicto, y por ende, “reprimir” el deseo o pulsión intencional en los rincones mas alejados de su inconsciente.
Si retomamos las ideas expuestas por Freud en la teoría psicoanalítica, sabemos que ningún elemento que experimente la psique puede ser completamente olvidado, si no que todo aquello que sea reprimido y significativo para el sujeto, tiende a sufrir una transmutación y ser liberado de otra manera en el contenido dinámico de la persona, y aunque puede ser de diversas maneras en cómo se refleje la expresión de estos elementos reprimidos, en muchas ocasiones, suelen ser manifestados en enfermedad. Aquí es donde el termino de “patología” tiene su significación mas adecuada, pero ¿el malestar en la cultura solo se limita a la expresión intrínseca de los sujetos? o ¿es posible que exista otro medio de manifestación de este estado de molestia en la sociedad?
La respuesta a esta cuestión es determinada por Freud, en los actos donde se mostraba el reflejo de las pulsiones de vida y destrucción, centrándose en los actos sado-masoquistas como las guerras o conflictos, como una manera de proyección de ese malestar y como producto de la disociación del individuo con las normas que establecen el orden sobre su búsqueda de una autorrealización hedónica.
Es importante resaltar que cuando se hace referencia a las complejidades de la significación social, se debe integrar muchas nociones ideológicas para lograr ser acreedor de una perspectiva completa del tema, el enfoque psicoanalítico permite una amplia variedad de términos que consolidad la posibilidad de explicación sobre los procesos de comportamiento de los individuos y la relación social, pero se enriquece de manera considerable cuando se toman otros puntos de referencia de las demás ciencias, como la antropología, sociología y filosofía.
En cuanto a la percepción de malestar en nuestra sociedad, me atrevería a decir, que es imposible enajenar este problema de la vida cotidiana de todos lo individuos que pisamos este mundo, e inclusive, el buscar eliminar la existencia de todo proceso negativo para consolidar la utopía perfecta, prácticamente, seria cometer el mismo error proporcional de aquellos que buscaron la misantropía a toda costa. El ser humano debe gran parte de lo que es a la confrontación de conflictos con este malestar, pues este proceso de tensión, así como puede ser el origen de la mayoría de los problemas psíquicos de los individuos y de las acciones conflictivas, también puede ser un punto de impulso para el individuo que busque la mejoría y que se predisponga al cambio renovador.
Si el individuo es lo suficientemente consiente de su percepción en sí mismo y de sus complejos, puede aprovechar el malestar intrínseco como inercia para la consideración de la búsqueda de mejores versiones personales. Es bajo esta premisa, que permite determinar la necesidad de la completa existencia de este malestar y su contraparte, pues sin su presencia, el ser humano jamás podría determinar una percepción de lo que cree que es bueno y aquello que considera como malo.
Fuentes
- Freud, S. (1992). Malestar en la cultura. J.L Etcheverry (Trad.) En: Obras completas: Sigmund Freud (Vol.21 p. 57-141). Buenos Aires: Amorrortu. (Trabajo Original publicado en 1929).